Extramuros de la villa de Azpeitia, sobre el camino que llega de Zestoa, se encuentran la ermita y hospital de la Magdalena. A este hospital llegó en 1535 Ignacio de Loyola, de regreso a su villa natal desde París, donde había sido estudiante. En su camino, pasó por Lasarte, la venta de Iturrioz, Ertumeta y el barrio Errarizaga de Zestoa.
El hospital era por entonces un edificio para albergar a peregrinos, transeúntes y enfermos de diversas dolencias, especialmente la temida lepra, cuyos brotes eran frecuentes en el siglo XVI.
Estaba dividido en dos partes. En la planta baja, se acogía a los leprosos, que contaban con cocina, chimenea, camas y aseos separados del resto de enfermos. Tenían una ventana desde donde podían seguir las misas que se celebraban al aire libre, frente a la ermita.
La primera planta, se reservaba para el resto de enfermos y transeúntes, y es donde se alojó Ignacio. Era tan austero, que durante su estancia durmió en el suelo.
En los cuatro meses de estancia en el hospital, Loyola muestra ante sus antiguos convecinos su nueva faceta, la del hombre nuevo y servicial, muy alejada de la que podían recordar sus vecinos en sus años mozos. Sin duda, su estancia en el hospital no se olvidó fácilmente. En 1551, Francisco de Borja pasó por Azpeitia, y encontró el caballo que Ignacio regaló al hospital para su servicio. Hoy, es un enclave ignaciano de primer orden, símbolo de la humildad del santo más universal.